El arte callejero frente a la censura política en Brasil y Nicaragua: colores bajo vigilancia
- ARTGAPI
- 31 jul
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Cuando los muros hablan demasiado fuerte
El arte callejero siempre ha sido un espejo de la sociedad. Ocupa el espacio público, interroga, provoca. En Brasil y en Nicaragua, los muros no son neutros: se convierten en lugares de resistencia, de memoria, de rebelión.Pero ¿qué ocurre cuando el poder político intenta silenciar esa voz? Y sobre todo: ¿quién decide lo que un muro puede decir o no?
En Brasil, la calle como crónica de un caos social
Bolsonaro vs los muros
Durante el gobierno de Jair Bolsonaro (2019-2022), la censura se intensificó en todos los niveles de la expresión artística.
En 2019, el Ministerio de Cultura fue reemplazado por una Secretaría Especial, directamente subordinada a la presidencia.
Resultado: subvenciones recortadas, obras retiradas, festivales cancelados.El arte considerado “subversivo”, “ideológico” o “inmoral” fue sistemáticamente atacado.
En São Paulo, el artista Rimon Guimarães vio varias de sus obras borradas en 2020, entre ellas una que representaba a una mujer negra con un cartel que decía “Justiça para Marielle”. El nombre de Marielle Franco, activista asesinada en 2018, se convirtió en un símbolo que el Estado intenta suprimir.
La calle como archivo: El colectivo Mulheres na Luta respondió pegando códigos QR en los muros repintados, enlazando a un archivo digital de las obras censuradas.Este fenómeno de represión digital se cruza con la vigilancia urbana: cámaras inteligentes y drones en barrios populares.
Nicaragua: los colores prohibidos
Desde la revuelta popular de 2018 contra el régimen de Daniel Ortega, el arte callejero es considerado un acto criminal.
Los grafitis, esténciles y murales son sistemáticamente borrados.Peor aún: pintar con azul y blanco, los colores de la bandera nacional, es motivo de arresto.
El artista Coco Gómez, conocido por sus murales comprometidos en Masaya, fue arrestado en 2021 tras pintar a madres de personas desaparecidas.Hoy vive en el exilio en Costa Rica.
Los murales del movimiento SOS Nicaragua son constantemente tapados, y los artistas cambian de firma para sobrevivir.
En 2023, la ONG PEN Nicaragua registró más de 120 casos de censura artística, de los cuales 30 afectaban directamente al arte mural.Más de 90 artistas visuales han huido del país desde 2019, según el Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (CENIDH).
El arte frente al poder: una batalla filosófica
La censura del arte callejero no es solo una guerra estética o de orden público: es síntoma de un rechazo profundo al pluralismo, de un deseo de controlar lo que las personas pueden sentir, compartir o imaginar.
El filósofo Jacques Rancière habla del concepto de “reparto de lo sensible”: cómo una sociedad organiza lo que puede ser visto, escuchado o dicho, y por quién.Cuando el Estado borra un mural, prohíbe un color o criminaliza una pintura, no elimina solo una imagen, sino la posibilidad misma de un relato disidente.
En este contexto, el muralismo es mucho más que estética: es una herramienta de resistencia, un espacio de libertad en un entorno saturado de prohibiciones.Pintar en un muro es declarar: “Estoy aquí, tengo algo que decir, aunque quieran borrarme.”
También se puede convocar a Michel Foucault, para quien el poder se ejerce a través de la producción de discursos y normas.
La represión de una obra mural revela un mecanismo de control del pensamiento y la percepción colectiva.El artista se convierte en un perturbador del consenso, un agitador del orden simbólico.
El arte mural es un acto de desobediencia estética, pero también de reapropiación simbólica del espacio urbano. Es un terreno de lucha por la memoria, la identidad colectiva y la diversidad de voces.
En las calles de Brasil y Nicaragua, el muro es un campo de batalla ontológico entre el relato dominante impuesto por las instituciones y los contrarrelatos de los artistas, a menudo a costa de su libertad.
Resistencias en red
A pesar de la represión, los artistas resisten.
En Brasil, el festival Art Rua en Río de Janeiro combina arte callejero y performances políticas.
Plataformas como Graffitimundo o Memória Urbana archivan obras efímeras en línea.
En Managua, colectivos exiliados organizan “muros virtuales”: galerías digitales donde los artistas pueden seguir creando y denunciando.
¿Y si los muros fueran nuestros espejos?
Frente a la censura, el arte callejero revela algo esencial: el control de la imagen es una forma de control del pensamiento.En sociedades cada vez más polarizadas, esta lucha entre el pincel y el poder plantea una pregunta urgente:
¿Quién tiene el derecho de contar la Historia en el espacio público?
¿Puede el arte callejero convertirse en una herramienta jurídica o política contra el autoritarismo?
¿Cómo proteger a los artistas en regímenes represivos?
¿Puede existir una memoria colectiva sin huellas físicas?
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